En qué momento
se quedaron las palabras
pegadas al cielo
donde se mezclaron
con montañas
de nubes ascendentes.
Los coloridos melodramas
se combinaron al crepúsculo,
al suelo rojizo,
que terminó por derrochar
las lágrimas que perdiste
del alma.
La extraña sensación,
la falacia
de no volver a ver
tus labios,
ni tus dientes separados
con la noche que se camufla
de una soledad extrañada,
a veces
de un cálido viento,
y casi nunca
de insectos absortos
de tu luz,
de los restos de tu memoria,
en mi memoria,
lejana a mi caudal,
me llevo la acuarela
de tu sollozo.
Me hago pequeño
los días que te viví,
así como en la última noche,
en el beso pendiente
que te di,
en el puente
entre tu agonía
y mi confusión.
Tengo tus verdes,
en las pupilas,
en mis letras,
quiero tu mal comportamiento,
tu locura,
desfachatez,
incoherencia,
tu sensualidad,
para respirarla
hondo,
contagiarme de ti,
llevarte en mis fotos,
para tenerte aún.
No te olvido,
estás latente,
viva,
sonriente,
me esquivas,
a veces te sueño,
en pasado
o en presente,
y te guardo,
como pecado mental,
con las ganas
de tu aroma
a selva.
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