jueves, 6 de septiembre de 2012

El gato y la luna, fábula de transeúntes

Cuando te conocí eras creciente,
con la sonrisa volteada,
en el momento en que la lobreguez invade la tarde,
al anochecer, en un latido constante.

A las pruebas me remito,
y es que los astros no mienten,
con la mente a tu lado,
atónito por las casualidades.

Durante la cálida primavera,
cuando los duraznos se aterciopelan
y los cerezos se encarnan,
tu calor no tiene bandera.

Encima del tejado rojizo,
rendido ante el horizonte curveado,
me descubro en tu circunferencia,
y tu momento ha llegado.

Los gatos somos sobrios,
de un lado a otro lado,
mezclado, encandilado por la luz,
uno a uno, apartados y ebrios.

Obnubilado y paciente,
te escribo a pedazos,
y te evoco inescrutable,
luna llena pensante.

Me ganas las intenciones,
me dejas a oscuras,
te haces menguante,
respiro de tus canciones.

Es momento de partir,
la negrura de tu manto ha vuelto,
no te echo de menos si te vas,
pero temo a dónde has de ir.

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